Concisión. Es lo que define la naturaleza del poema, del aforismo, de la canción; en apenas unos versos el universo entero de una historia, sus resonancias, los acordes, los sonidos y las descripciones. Las interpretaciones se multiplican por la adicción a la repetición. Escucha una canción, unos acordes obsesivamente y al día siguiente descubres otros sentidos, otros sonidos. La jukebox se transforma en hipertexto, las relaciones se vuelven imposibles pero a la vez congruentes: mezcla sonidos, referencias, categorías, las relaciones verbales, los significados y los géneros: un universo de sentidos en apenas un gigabyte.
*
Una historia sencilla. Una mañana, después de una noche particularmente abrumadora, un adolescente toma una pistola y decide matar a tiros a su padre, a su madre y a sus hermanos; después se sienta en un sillón y enciende la televisión, se dedica a observarla durante horas y luego se suicida. Las notas se hacen estridentes, suben; el compositor y los intérpretes empatan con la historia. Es inevitable. No hay mucha distancia entre una realidad virtual y sonora y las historias de lo cotidiano, sobre todo las historias que no nos suceden. Estos relatos se instalan en un terreno en donde lo fantástico se mezcla con lo cotidiano, a la vez cercano y muy lejano, como el descontrol producido por un noticiero al relatar sucesos catastróficos necesariamente lejanos pero cercanos gracias a la imagen de satélite que invoca a la pulsión escópica la misma que nos obliga a ver, mas que a escuchar. Es una relación analógica sin duda, y sin embargo el usuario no empata el sentimiento de tragedia con la necesidad de deslizarse por todas esas ventanas, por la catarata de información que observa pero que no le toca. Sin embargo las historias no son inocuas, las palabras no son desechables. La memoria guarda y cuando menos se imagina brotan las anécdotas, y es ahí cuando sorprenden, sacuden en el mejor de los casos y en los más aterrorizan: lo que parecía lejano ahora es palpable, se respira. La canción ya no es ingenua se vuelve referencia, experiencia.
*
El deslumbramiento. Él la huele, la siente cerca. Ella lo ronda, lo necesita. El encuentro anuncia el milagro, la maravilla como fósforo encendido en la obscuridad gélida de la Edad del Hielo: ¿Serás tú la mujer qué he estado esperando? La voz es pausada, poderosa. Predica. Los acordes son largos, muy simples. El anhelo abarca todo el universo, hiperbólico ni duda cabe: adentro el deslumbramiento amoroso afuera el mundo entero destruido, y la voz lírica pregunta, reitera: ¿Serás tú…? Sí existe un nivel más extenso de la alienación erótica es la enfermedad mental: ese extraño espacio que relaciona al anacoreta con el enamorado y el lunático. La negación del exterior, el magisterio de las perspectivas interiores: Dentro de mis venas todos mis latidos te están llamando. La experiencias son diferentes, cierto, no hay relación entre los padecimientos esquizofrénicos y el arrobamiento amoroso, por un lado la angustia y el dolor y por otro la plenitud y la completud: dos caras de un mismo universo ahogándose en una realidad fangosa, cruel e irracional; por eso la voz lírica y el interprete reaccionan: Fuera de mi ventana el mundo se va a la guerra y yo aquí pensando si serás tú la mujer que estoy esperando.
*
Equus. Lo podemos observar inmortalizados en mosaicos y azulejos, en platos y vasijas, en las apologías de Plutarco y en las alegorías hierofánicas persas, los vemos orgullosos: Alejandro de Macedonia, el semidios, montando a su caballo Bucéfalo, corcel que, dicen, no permitía otra entre pierna mas que la del conquistador. Bruce Chatwin afirma que ese caballo fue el único y verdadero amor de Alejandro, y así los retratan en esa incesante e insensata iconografía mitológica durante milenios: siempre juntos, nerviosos, decididos, extáticos. El jinete y su compañero como la vindicación de un amor transespecie, diferente. En ese mismo tenor, y ya dentro de la tradición popular: Villa y Siete Leguas, el Moro de Cumpas y el "Anda vete desgraciado", y ese extraño jinete que monta al Tordillo después de la masacre en la batalla de Celeya. La mujer está ausente en los corridos de caballos. La vida, y también la muerte, sobre un caballo. El Tordillo era entendido, dice la voz lírica, y por nada lo cambiaba: y cuando nos vimos perdidos por Obregón en Celya, nomás lanzó un relinchido y nos fuimos a la chingada, afirma; y así el Blanco y su obsesivo montador en fuga insensata y paranoica hacia ningún lado. Paradigmático corrido de la imposibilidad del amor transespecie: en la soledad agónica del desierto el jinete prueba los extremos de la supervivencia, se siente un sádico placer en la voz lírica al describir las agonía del caballo en esas soledades. La consumación queda en el eufemismo y deja atrás un gigantesco imperio, un orgasmo inédito, los encabalgamientos octosilábicos de un corrido, las crinografías de Plutarco y los elogios de Jenofonte a los caballos de Hispania.
*
Las formas abiertas. Nunca terminan, solo se detienen. La notas en repetición se prolongan como la respiración de un moribundo, como un reloj anquilosado, como una maquinaria sorda y lenta. Y se abren y nunca pueden ya cerrarse; fuga infinita y galopante; segundo que te anima, ritmo inmortal de una cópula insensata: llena y vacía. Necio laberinto de formas y sonidos que no terminan por unirse ni cerrarse. Hace milenios el prodigio se anunció en unos oídos, reventaron las fronteras y de sus manos brotaron las formas geométricas y los teoremas y así se emparentaron con la música, de la mano por siempre los sonidos y los números, y apenas atrás, las palabras. Los números y las palabras reivindican a las formas abiertas, a esas cadenas sonidos en diferentes tonos, en diferente escala, pero siempre las mismas, infinitas, abiertas. Una música dificil de parar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario