jueves, 3 de diciembre de 2009

Las Tribulaciones del General Rauda (último)


XII

Martín Rauda, sigiloso, se escabulló en la nave. Acallaba como los gatos el sonido de sus pisadas. Le sudaban las manos y temblaba. Frente a él estaba la imagen. Por un momento pensó que la luz bajaba de lugares más elevados, de soles mucho más cristalinos. Rauda sonrió y sintió que las piedras del altar lo recibían, le ofrecían la melodía del intersticio, los acordes más pequeños, las partículas de la alegría. Rauda se persignó y se hincó ante la imagen del Señor de la Misericordia. Rezó. Pero más que rezar le platicó, conversó con él sobre el sabor tan dulce de los mangos de Nuevo Urecho, de las nieves efímeras del Tancítaro, de los caballos de Zacán y las mulas de Zirosto. No paraba Rauda la creciente de imágenes y de recuerdos.

“Es bien bonito ver el lago arriba del Zirate, deveras.”

“Yo también lo he visto, Martín.”

“¡Sí, sí, pero al amanecer se prende como una llamarada de agua!”

“¡Una llamarada de agua! ”

 “Y si te contara de las grutas de la Mora y de los ríos de lumbre que descubrió don Urbano allá abajo...”

“¡Ríos de lumbre! ¡Cuáles ríos de lumbre, Martín! Tú no debes buscar nada por esos lugares.”

“¡Ríos, ríos de piedras calientes, como de fuego, como de oro!”

“¡Ay, Martín, Martín! No son ríos de oro, son los mismisimos manantiales del Demonio!”

Y el diálogo no interrumpía el silencio de aquella nave de vigas añejas y paredes de adobe. La  luz conversaba con las sombras. Martín Rauda tenía inflamada el alma con el sabor de la miel recién cosechada.

Cuando salió del templo el aire lo atravesaba, ya no tenía cuerpo, escuchaba el partir de los pájaros y de los ángeles, los cantos de los borrachos y de los arcángeles. En su vida había sentido tanta claridad en las entrañas.

“Oye tú, que trai el Martín, tiene la mirada de puto.”

“Pus no sé, siempre se pone así cuando sale del templo.”

“Pus que hará allá dentro, tú”

“¡Pus nada! quemás iba ser. Nada. Tú siempre tan mal pensado cabrón, todo lo acomodas a aquello, todo es la pura cojedera para tí , todo”

Junto a su escolta, Martín Rauda partía de Erongarícuaro. El corazón le vibraba. El lago brillaba rumbo a Napízaro.

“Ve nada más eso, exclamó Rauda viendo el lago, ve nada más que chulada”

“Qué, Martín” , le contesta ausente su hermano Teodoro.

“El lago, pus qué más”

“Aaah!...y qué tiene Martín”

“¡Ay cabrón , de a tiro…!”

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