miércoles, 9 de diciembre de 2009

Howard



Fue esa noche, cuando me disponía a medir las dimensiones de las sombras, que percibí la vibración. Un ligero temblor envolvía los cimientos, las paredes y los techos de la casa. No me detuve en aquellos momentos para averiguar las causas, estaban por llegar los miembros de la Legión y tenía que estar concentrado, mi vida estaba de por medio. Sin embargo horas después, cuando posé mi mano otra vez sobre los muros, seguían cimbrándose.


Salí entonces a recorrer el vecindario, y con fascinación descubrí que ninguna casa aledaña a la mía vibraba.  Comprobé también que más que ser un temblor continuo, era un retumbar. Esto se repetía cada  seis segundos. Como si Algo enorme avanzara por debajo hacia mi casa.


Con excitación recorrí los subterráneos, las celdas y las cámaras secretas, los corredores y las intersecciones debajo de la casa. Pero no encontré  sustancias viscosas que pudieran sospechar la presencia de algún Primordial ni tampoco las enormes huellas que dejan los Primigenios en sus apariciones. No había nada.


Sin embargo la casa seguía estremeciéndose  y al paso de los días temblaba de tal forma que las sillas brincaban y los libreros saltaban. Todo degeneró al grado de que los gatos huyeron y esos asquerosos gusanos que descansan ocultos detrás de los colchones, brotaron. Fue entonces, después de la fascinación, cuando comencé a inferir las posibles causas de tan molesta y persistente vibración. ¿Qué o quién, me preguntaba, se interesaría en martirizar una casa donde se  leía con devoción  libros malditos y perversos, donde en determinadas fechas se toma diligentemente el menstruo de una mujer inmaculada? ¿Quién cimbrará los cimientos, cuando de antemano se han dejado cadáveres y fetos destazados para saciar el hambre de cualquier Híbrido o Habitante de la Profundidades?.


El fenómeno despertó mi anhelo filológico. Repasé de nueva cuenta los manuales demonológicos de Sprenger y Molitor, el libro de Cultes des Goules ; revisé bestiarios como el Necronomicón o los libros Athanasius Kircher; pero fue en vano, no encontré nada.


No supe qué presencia  estaría molestando aquella construcción tan mía, tan propia. Argumenté demasiadas conjeturas. No tenía un licántropo que alimentar cada luna nueva ni tampoco un trato con alguna potencia infernal. Las brujas hacía mucho que habían desechado mi morada para sus aquelarres y las hordas Del Que Habita En Las Tinieblas estaban muy ocupadas en una cruzada de dimensiones descomunales en el centro de Europa.


Ante tan desolador y aburrido panorama deseché toda posibilidad natural. Pensé que si no era nada de los que comúnmente nos acecha y nos perturba, nada fuera de lo normal; entonces, era obvio, se trataba del poder enorme de una fijación.


Me di a la tarea de descubrirla. No fue fácil identificarla, pero al final di con  la meretriz que amamantaba al híbrido que descuartizamos en honor de Yog Shothot. Ella lo amaba tanto como para  destazarlo con mucha piedad y delicadesa, pero nosotros, adelantándonos, lo hicimos primero en los sótanos, por el mero placer de hacer pan con su sangre para regalarlo a los menesterosos y a los niños que no han cursado al comunión.


Tuve problemas para combatir los estragos de tan devastadora pasión. Sin embargo al momento de cortarle, poco a poco, las venas gigantes que pasaban por su entrepierna, la casa dejaba de estremecerse. Al par que cesaba el temblor, brotaba su sangre sobre la cama y aquellos gusanos enormes y viscosos que están detrás de todas las camas, la tragaban haciendo un ruido despreciable y armónico.


Ahora, todo ha vuelto a estar quieto. La casa está en silencio, firme. La Legión vuelve cada treinta y seis días para conjurar. por fin, la Eterna y Necesaria Venganza; también, lo cual me llena de orgullo, he contactado a un Primordial, con aquel que habita Aullando Por Los Aires. No se puede pedir más, es todo una verdadera dicha, podría decir que se acerca mucho a lo que otros llaman la  Felicidad.


Sin embargo hay algo que me molesta, que verdaderamente me perturba.


Y es que hay un momento, por las noches, cuando me domina ese irresistible estado de no estar despierto pero tampoco estar dormido, hay un instante en el que alcanzo a ver, envuelto en  un temblor frenético, unos concentrados ojos, enmarcados en enormes aros de metal, que me observan detenidamente. Entonces el pánico me envuelve cuando esas enormes pupilas se dilatan y una enorme sombra se cierne sobre todas las cosas, paulatinamente todo a mi alrededor va desapareciendo, al par que un horrible sonido inunda toda la habitación. Comprendo que algo se está cerrando y es cuando identifico, con horror,  esa cripta blanca y delgada, sumamente delgada y lisa, que empareda mi vida, que  me cierra, que me acaba.

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