VI
“¿Pa´qué sirven esas varas que están en el lago, Martín?”
Preguntó, Carlos Tajimaroa a Rauda cuando pasaban por el embarcadero de Erongarícuaro. Martín miró las chuspatas que ondulaban con el aire del amanecer por sobre las aguas cristalinas del lago, entonces una nube negra y espesa se posó en sus ojos, su mirada se ausentó. Rauda no contestó.
Los jinetes llegaron al pueblo, quieto y envuelto en niebla, atravesaron la plaza y se dirigieron rumbo al camino a Pichátaro, subieron por la calle de don Urbano, y Tajimaroa, alegre y rubicundo, no paraba de hablar.
“Qué crees que nos pasó lotra vez, estábamos con los Orozcos en Uruapan, echándonos unos chingueres, cuando en eso un chiquillo empezó a gritar, iren, iren allá arriba, y que voltiamos todos y que vemos unas bolas rojas, Martín, bien grandotas que pasaban, así, rápido por el aire, eran tres y se fueron rumbo a Tancítaro. Todos nos quedamos callados ¿qué serían tú?”
Martín Rauda no lo escuchaba, seguía con nubarrones la mirada, estaba atribulado. Amanecía y el sol cuarteaba las tinieblas haciendo evidente los simulacros que flotaban sobre el lago. Pero a Carlos Tajimaroa, el silencio de su acompañante no le importaba, no paraba de hablar, parecía un niño en su primer viaje:
“Oye, Martín, me dijieron que Inés Chávez te anda buscando, que te va matar, es bien carajo ese Inésa, la otra vez agarró a balazos a su sobrino Carlitos cuando supo que andaba robándose los duraznos, cuidate Martín, no te vayan a chingar...”
Ya los jinetes subían la cuesta hacia la Mora entre los pinos y los eucaliptos, cortaron duraznos y escucharon el sonido de un alicante al escaparse, los cumbos chocaban en su tambaleante volar con las patas de los caballos, el olor de la yerbabuena les inundaba los pulmones; todo esto a Carlos Tajimaroa le prodigaba el corazón de alegría, ya se quitaba la cobija que traía en las espaldas y se la volvía a poner, no dejaba de hablar y de reírse, manoteaba en sus explicaciones y remedaba y hacia gestos y se carcajeaba. Rauda estaba serio, con la mirada espesa, sin embargo eso no preocupaba al de Uruapan, el cual se desbordaba en explicaciones:
“¡Pinche, Martín!, me contaron lo que hicistes la otra vez en la casa del Dotor Orozco, ya ni la chingas cabrón, cómo se te ocurre decir esas adivinanzas, tú con tus chingaderas, no pues cabrón, te van a fusilar por grosero, piénsala pues chingao...”
Hacía el medio día llegaron a un páramo donde había una siembra de maíz. El silencio era profundo, no se escuchaban los pájaros ni el reptar de las serpientes ni siquiera los grillos. Pichátaro estaba cerca y de pronto, Rauda paró su caballo y observó derecho a Carlos Tajimaroa, éste lo vio:
“Qué pues, qué pasa"
“Para eso sirven esas varas que hay en el lago, pus pa´qué mas."
"Ah" Contestó Carlos entornando los ojos
Excelente, realmente excelente
ResponderEliminarMis felicitaciones por esa mezcla de historias y de personalidades
Estoy confundida, ¿Porquè ese nombre "Martìn Rauda"? ¿Porquè esos lugares de Michoacàn?
ResponderEliminarMe suena tan familiar.
No te confundas el General Rauda existió y fue un revolucionario nacido en Michoacán, en Tacámbaro, cinco de las doce historias que conforman este anuario de desencuentros, son reales.
ResponderEliminarPor reales entiendo que yo escuché, hace mucho tiempo en Michoacán, los relatos de viva voz de personas que dijeron haber conocido a este general.