viernes, 27 de noviembre de 2009

Las Tribulaciones del General Rauda (7)


                                                          VII

“Siéntese usted aquí, mi general, mire que bonito se ve el lago, siéntese usted, háganos ese chingado favor.”
Rauda sangraba por la nariz y por la boca, apenas podía ver por un ojo y por el otro solo se asomaban las sombras y las luces incandescentes.
 “¡Ah que Rauda tan pendejo, cómo se te ocurrió volver!”
 Martín resoplaba, el bigote estaba adornado con sangre coagulada. Le dolían las costillas y los dedos los tenía fracturados, tenía dos balazos en una pierna y sin embargo una ligera sonrisa se dibujaba en sus hinchados labios.
 “Qué bien nos quedastes pinche Martín, qué les hicistes a las bolsitas que le mandamos al Inés”
 Y sin embargo algo raro comenzaba a suceder, de pronto Rauda dejó de sentir dolor y recordó lo fría que era el agua del lago en la Pacanda, lo dulce que eran los duraznos de la Mora, el sonido del agua brotando de aquel ojo insólito . Recordó también aquella vez cuando sacaron al Santo Niño  para pasearlo por las siembras para que terminara la sequía.
“Déjate de reír como  pendejo, Rauda, dónde enterrastes las pinches monedas”
Era extraño, muy extraño, ya no veía a los hermanos Chávez, no sentía su cuerpo y sin embargo una paz inmensa le cobijó como la lluvia, sentía claramente en el rostro el aire templado de los días de Septiembre y recordó aquella madrugada, hacía ya muchos años, cuando llegó a Erongarícuaro, disfrazado de arriero, con el rostro frío y el alma caliente, y escuchó, por fin, la voz, aquella voz retumbando por el templo, la misma que le arrebató de su cuerpo, aquella mañana, cuando su corazón se hinchó de alegría, cuando el prodigio se anunció con las primeras luces del amanecer.

1 comentario:

  1. Excelente fotografía para acompañar la tribulación, no dudo que esa vista de tu casa Haga que tu imaginación vuele mas lejos y nos rinda por fruto estas tribulaciones acompañadas por el lenguaje, costumbres, actitudes y desde luego naturaleza y paisaje del pueblo MIchoacano.

    Dado que algunas tribulaciones son producto de crónicas de aquellos pueblos encayados en la sierra y la tierra caliente, se puede también apreciar que desde aquellos días nuestros pueblos estaban asolados por los faroles, abusivos y anorteñados, siempre a joder y ser malo como una de las formas mas preciadas de vivir, aspectos que se repiten en nuestros días, un estilo de vida al que muchos tierracalenteños y uruapenses desean acceder.

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