La historia de los versos, de la versificación, de las poéticas y las retóricas, de la inspiración y el ingenio explica, a veces de manera exagerada, el cómo un lector y un escritor se comunican por medio de la interpretación de unos cuantos signos lingüísticos, de sonidos rítmicos y de imágenes concretas. Tensar la cuerda, decían, es tensar el entendimiento, el momento en que algo “suena” en el interior del lector cuando escucha un par versos, una acumulación de sonidos y significados que le dan sentido al contexto, a los recuerdos o a los sentimientos. No es una tirada de mil doscientos octosílabos o una novela de la subconsciencia, no, son apenas unos versos, dos renglones tal vez: una concisión perfecta, que no un aforismo o un concepto, una estrofa que renueva la esperanza en un lenguaje dominado por las estupideces y las deformaciones.
Esto sucede con mayor frecuencia en ese enorme “hoyo negro” que resulta la música popular, tan excedida de sentidos y repeticiones, tan superficial e insulsa; las concisiones surgen por sorpresa, despiertan, sin más, a la mitad de algún acorde, entre los estribillos necios de una balada o las ridiculeces melodramáticas de la música para adolescentes, aparecen frases como rocas, como una barda de sentido, la metáfora asomando la cabeza por el balcón como esos personajes extraordinarios de G. K. Chesterton.
Las sorpresas abundan, y no queda sino adoptar el rol de Mr. Thursday ante la perplejidad cambiante y fascinante del escurridizo Mr. Sunday: “Ya no soy la roca que golpea las olas/ soy de carne y hueso” (Manuel Alejandro), las comparaciones abundan, las metáforas también, las alegorías están por todos lados, Quintiliano se sentiría orgulloso de la enorme fortaleza lingüística de esta esfera musical, pero también estaría horrorizado de lo mucho que hay que nadar en este mar de mierda para llegar a esto: “Y me vi consultando a un sabio mentor/¿qué le pasa a la gente cuando se hace mayor?/y me vi en cada casa buscando el amor/ pregunté ¿en qué pensaba Dios cuando te creó?”(Abraham Boba).
Hacer listas, dice Umberto Eco, es la pasión de los que se dedican a la investigación y al estudio organizado de cualquier cosa, es el mal del coleccionista, el taxónomo frenético con el sudor en la frente, lo mismo el poeta con las enumeraciones, la mayoría excesivas, solo algunas afortunadas: “Aquí está el fugitivo de siempre/ Aquí la eternidad que fue un instante / Aquí donde ninguno de vosotros se atreve / Aquí nuestros besos comunicantes / Aquí no hay nadie a quien seguir/ Aquí que nadie es un huésped fijo /Aquí sigo viviendo bien sin mí / Aquí sólo quiero estar contigo” (Enrique Bunbury).
En ocasiones se llega al exceso de predicar, de dar cátedra o de simplemente regañar y dar consejos, amontonar adjetivos y despreciar los verbos, le ha pasado a Joaquín Sabina, a Silvio Rodríguez, a Patxy Andión; sin embargo la ironía se atraviesa reclamando su retórica, su ars poética y se anuncian manifiestos: “y tengo un ambicioso plan: consiste en sobrevivir” (Nacho Vegas) o quizá un esfera sin pulir, en toda la cuadrada, dispar y desordenada obra de Andrés Calamaro: “vivir así no es vivir / esperando y esperando / porque vivir es jugar / y yo quiero seguir jugando / le dije a mi corazón / sin gloria pero sin pena / no cometas el crimen, varón / si no vas a cumplir la condena” Las asonancias y las consonancias no son una virtud son una necesidad para alguien que canta Andrés, dice Mr. Sunday, hay que hacerle caso a la rima y sobre todo a la paciencia. En ocasiones da la impresión que en este mar de sonidos y en este océano de asonancias la paciencia en verdad sería el filtro necesario para volver al Romance, al fronterizo, al viejo, al que cuenta una historia porque le da la gana cantarla, pero contarla bien: “Y no me habléis de eternidad / No me habléis de cielos ni de infiernos más / ¿No veis que yo le rezo a un dios que me prometió / que cuando esto acabe no habrá nada más? / Fue bastante ya” (Nacho Vegas) En fin, bien dice el admirador, fue bastante ya…
(Imagen de Pedro Covo: http://www.flickr.com/photos/pedrocovo/)
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