IV
“¿Qué es algo duro, largo y grandote que tengo aquí, entre las piernas?”
El aire se tensó como la soga de un colgado. La mujer de Florencio Madrigal miró maliciosamente a Rauda, el doctor Orozco se sonrojó de la cólera. El general Inés Chávez le lanzó una mirada fiera.
“Qué es, pues” - imprecó Rauda tranquilamente.
“¡Ay! cómo es usted general, siempre tan bromista” - dijo la señora del general Mendoza.
“Contesten, pues, qué es, a ver” - presionó Rauda enrareciendo el ambiente y volviéndolo espeso, anunciando el brillo negro de los revólveres. Solo entonces, y con la firme y malvada intención de que las tropas se quedaran sin generales, Mechitos Santoscoy, con su enorme sonrisa y su voz chillona, afiló navajas:
“No, general, no le atinamos, qué es eso que tiene usted tan grande y tan grueso entre las piernas.”
Inés Chávez recorrió fugazmente su mano hacia el revolver y miró de reojo a Rauda, quien sin alterarse sonrió y dijo:
“Pues la pata de la mesa, pues qué más iba ser.”
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