martes, 21 de septiembre de 2010

Yo cultivo en mi corazón dos esperanzas



La puerta en el muro


Francisco Aragón (1973-2008)
 
El protagonista del cuento “La puerta en el muro” de H. G. Wells vive una circunstancia terrible. Cuando tenía ocho años se topa con una enigmática puerta y no puede resistir el traspasarla, al otro lado encuentra ni más ni menos que un jardín encantado en donde todo le parece maravilloso; lo reciben dos panteras negras que pueden comunicarse con él amablemente y que se convierten en los compañeros de juegos ideales para el chico quien se siente completamente feliz. No obstante tiene que salir del jardín para volver a su casa prometiéndose que volvería lo antes posible para reanudar esa dicha indescriptible, sin embargo, y esto es lo terrible, nunca más vuelve a encontrar aquella puerta.


La vida de este niño que se hace hombre se desarrolla normal, su personalidad competitiva y ambiciosa lo convierte en un importante funcionario pero descubre que el vacío que dejó la perdida de su jardín no puede ser sustituido por ninguna otra satisfacción, y que se ha entregado a una existencia gris en lugar de tratar de recobrar la felicidad, es entonces cuando, ya en su madurez, desespera.


Sin contar el final de la historia (el cual inscribe a este cuento dentro del muy restringido género de lo fantástico), puedo agregar que se trata de un tema común en la literatura, repetido en infinidad de motivos: el paraíso perdido, metáfora del fin de la inocencia, de la enajenación del hombre, crítica al materialismo, etc., Leído como cuento de hadas el reino otro al que accede el personaje, ese mundo paralelo sublimación del nuestro es eso, un reino feérico, por lo tanto también puede ser entendido como el reino de los muertos.


¿Hay vida después de la vida?, ¿de verdad existe el amor después del amor?, ¿podremos regresar a nuestro jardín o en realidad hemos muerto al entrar allí y al salir sólo somos un cascarón de nosotros mismos, arrastrando los años con los pasos erráticos hasta que un accidente de microbús nos devuelva a nuestra mitad que significa? Yo cultivo en mi corazón dos esperanzas.

viernes, 2 de julio de 2010

El nieto de Bébert


Un gato 

George Steiner 

Bébert era un gato atigrado de Montparnasse, nacido probablemente en 1935. Encontró a su segundo amo en el París ocupado a finales de 1942. A Bébert —“la magia misma, el tacto por longitud de onda”, como lo describió su amo— se hizo necesario abandonarlo cuando el amo y la esposa, Lucette, se esfumaron en dirección a Alemania en la pavorosa primavera de 1944. Bébert no aceptó la separación. Fue transportado en el saco de viaje. El periplo los condujo por cráteres lunares de bombas, ferrocarriles destrozados y ciudades ardiendo como antorchas enloquecidas. Bajo los bombardeos, Bébert, medio muerto de hambre, se perdió, pero volvió a encontrar a su amo y a madame. El trío cruzó y volvió a cruzar el Reich en pleno hundimiento. En un último y desesperado empujón, llegaron a Copenhague. Cuando la policía danesa fue a detener a aquellos huéspedes inoportunos, Bébert se escabulló por un tejado. Luego de que lo atraparon, el legendario animal fue enjaulado en la perrera de una clínica veterinaria. Cuando su amo fue liberado de la cárcel y se recuperaba, Bébert tuvo que ser operado de un tumor canceroso. Pero el felino de Montmartre estaba de vuelta de todo. Resistió el trauma y tuvo una rápida recuperación, con la serenidad, más lenta y sabia, de los gatos que van envejeciendo; fiel, silencioso y enigmático.

Amnistiado, el patrón de Bébert tomó el camino de su casa a finales de junio de 1951. Cuatro gatos menores —Thomine, Poupine, Mouchette y Flúte— les acompañaron en el viaje. Con aspecto de esfinge desde hacía años, Bébert, que compartía tantos secretos, murió en un suburbio de París a finales de 1952. “Después de muchas aventuras, cárcel, vivaques, cenizas, toda Europa […] murió ágil y gracioso, impecablemente, esa misma mañana había salido de un brinco por la ventana […] ¡Nosotros, que nacimos viejos, parecemos ridículos en comparación!”. Así escribió su afligido amo, Louis-Ferdinand Destouches, quien se firmaría Céline (tomado de la abuela), médico, paladín de la higiene social entre los desposeídos, trotamundos en África y en Estados Unidos, excéntrico chiflado. Sería un placer informar sobre Bébert. Sobre Céline, no.

Texto publicado en Nexos, México, Julio del 2010 

sábado, 26 de junio de 2010

Un monstruo a rayas

El universo está lleno y de pronto se convulsiona: una explosión, un caos reverberante que no para hasta destruir todo: los árboles, el nido, una ciudad entera; y el insólito sol que no desaparece. Pero siempre queda ese vacío al final del frenesí y las caras largas y los gritos desesperados, esa incomprensión brutal derritiendo la nieve y las entrañas. No hay ideas hay impulsos: ganas de gritar, una línea recta que debe recorrerse hasta el final. No es la mala conducta o el diablo en el cuerpo, es algo antes de la razón, un río desbocado, interno y eterno. Dave Eggers sabe de la angustia del niño hiperactivo, el niño que no piensa y solo actúa, esos seres extraordinariamente operativos, no existen las dudas y tampoco las reservas y el pronóstico, solo existe la siguiente acción, una secuencia inmensa que no termina, y lo que es peor, con el aburrimiento acechando en cada poro, en cada exhalación, esperando, paciente para detenerlo y echarlo a perder todo.


El narrador está muy cerca, demasiado cerca, casi un alter ego. Le duele la condición extradiegética. Y sin embargo Eggers sabe que en esta historia es necesaria la “distancia”, un extrañamiento casi doloroso; Los Monstruos se convierte así en un relato en donde el narrador asiste y desiste en convertirse en protagónico, está muy cerca, Max lo ve a los ojos, pero no lo reconoce, como no reconoce el mundo entero que insiste en no saber de ese río de frustraciones que le cubre el cuerpo con su disfraz de niño lobo.

Asistir a un relato de Dave Eggers es enfrentar un universo regido por un aliento absurdo, pero no por que pierda el sentido sus historias, sino porque estas historias adquieren sentido a través de la perspicacia de un narrador que reconoce en sus personajes que la vida está plena de sinsentidos. Al igual que Foster Wallace  Dave Eggers se regodea en la mediocridad cotidiana de una sociedad que tiene todo menos sentido, sentido de orientación y de reserva: por eso el símil del niño hiperactivo y el universo todo: la constante es la acción, el no aburrirse, en desechar las consecuencias, en divertirse: Max llega a la isla de donde vienen los Monstruos después de una fuga insensata de una realidad que lo detesta: se embarca a “lo loco” en una nave, un viaje que a bien no sabemos si termina en el delirio del hambre, en la pesadilla o en el advenimiento de un mundo fantástico lleno de Monstruos.

Las palabras pesan, tienen un sentido y un significado; por eso debes tener reservas, cuidado con lo que dices: siempre hay alguien que toma tus palabras como un hecho y no como una hipótesis:

“…Y entonces, por fin, cuando finalmente el amarillo líquido del sol se abrió paso, el cuerpo de Carol se relajó y luego se sacudió a oleadas, como si riera o llorara. Max no sabría decirlo. Pero el hechizo, con indiferencia de lo que fuera, se había roto. Carol se volvió.

— ¡Eh, Max! Estabas equivocado con eso de que el sol se moría. Mira, está aquí mismo.

Max no sabía cómo explicarlo.

— No vuelvas a asustarme así, ¿vale colega?”

Vale Colega.

domingo, 6 de junio de 2010

Mr. Worms


Un excelente fragmento de "el Hombre que fue Jueves. Una pesadilla" de G.K.Chesterton:


"...Al entrar en esta sala, sintió que los pies se le pegaban al suelo. Allí, en una mesita arrinconada justo a la opaca ventana que daba sobre la calle cubierta de nieve, estaba instalado el viejo Profesor anarquista, frente a un vaso de leche, con su cara lívida y sus párpados entrecerrados. Syme se quedó tan tieso como su bastón. Y después, fingiendo mucha prisa, pasó rozando al Profesor, empujó la puerta y la cerró con estrépito, y se metió en la nieve. —¿Será posible que me ande siguiendo este cadáver? —se dijo mordiéndose con rabia el bigote—. Sin duda me he entretenido aquí tanto tiempo que hasta este cojirrengo logró darme alcance. Por fortuna con sólo apresurarme un poco puedo ponerme tan lejos de él como de aquí a Tombuctú. ¿Estaré viendo visiones? A lo mejor el pobre hombre no viene siguiéndome, El Domingo no había de ser tan torpe que me hiciera seguir por un lisiado.
Morigeró su marcha, jugó el bastón entre los dedos, y tomó rumbo al Covent Garden. Al atravesar el inmenso mercado, nevaba furiosamente, y el día se había oscurecido como si empezara a anochecer. Los copos de nieve lo atormentaban como un enjambre de abejas de plata. Se le metían por la barba, le pinchaban los ojos, añadiendo su incomodidad a la sobreexcitación de sus nervios. Cuando, con paso vacilante, alcanzó la entrada de Fleet Street, ya había perdido la paciencia: encontró abierto un restaurante de té dominical, y se refugió allí. Pidió, para justificar su presencia, una taza de café solo. Pero apenas acababa de pedirlo, cuando el Profesor de Worms entró cojeando penosamente, se sentó con mucho trabajo y pidió un vaso de leche.
A Syme se le cayó el bastón, produciendo un ruido metálico que acusaba la presencia del verduguillo. Pero el Profesor no levantó la vista. Syme, que de ordinario era hombre tranquilo, se le quedó mirando con el asombro con que el rústico ve una suerte de magia. Estaba seguro de que no le había seguido ningún coche; ningún ruido de ruedas se había oído a la puerta del restaurante; según toda apariencia, aquel hombre había venido a pie. ¡Pero si aquel hombre no andaba más que un caracol, y Syme había volado más que el viento! Se levantó a recoger su bastón enloquecido por aquella contradicción aritmética, y salió empujando las puertas de resorte sin probar el café. En este instante pasaba un ómnibus hacia el Banco a toda rapidez; tuvo que correr para alcanzarlo, pero logró saltar al estribo. Allí se detuvo un instante para tomar resuello, después trepó a la imperial. Haría medio minuto que estaba sentado, cuando le pareció oír detrás una respiración pesada y asmática.
Volvióse rápidamente, y vio aparecer, poco a poco, por la escalerilla del ómnibus, un sombrero lleno de nieve y, a la sombra del ala, la cara miope y los hombros vacilantes del Profesor Worms. Ocupó un asiento con gran cuidado, y se arrebujó en su capa hasta la barba.
Todos los movimientos de aquel cuerpo tambaleante y aquellas manos temblorosas, los ademanes inciertos y las pausas pánicas, hacían indudable que aquel hombre estaba perdido, sumido en la mayor imbecilidad física. Se movía por pulgadas, se tumbaba en el asiento con infinitas precauciones. Y sin embargo, a no ser un mito las entidades filosóficas llamadas tiempo y espacio, era indudable que aquel hombre había corrido para alcanzar el ómnibus."

miércoles, 28 de abril de 2010

Los Lectores

Ya Volker Schlöndorf lo decía, y muy bien, adaptar una novela al lenguaje cinematográfico implica más que solo montar secuencia tras secuencia, ser fiel a la crinografías y a los diálogos implícitos; adapatar una novela implica un esfuerzo de interpretación, de exégesis que va más allá de estar apegados a las intenciones del autor o a las exigencias de la trama. No country for old men de Cormac McCarthy es una novela plana en el sentido estructural de la palabra, una acumulación de descripciones de todo tipo, en pleno el estilo indirecto libre al insertar los diálogos;  los  monólogos del personaje principal, el "sheriff" Ed Tom, siempre en cursivas nos ofrecen sus reflexiones sobre el problema de la violencia en una tierra desmembrada y ausente. El "deep south", la frontera mexicoamericana. "Este país es muy desagradecido con su gente" dice, un país en donde los que corren son los que sobrevivien y los que dan la cara irremediablemente quedan tirados con un balazo en la cabeza. 

Joel y Ethan Coen escogieron el libro perfecto para adaptarlo a su  "scrappbook" de la realidad americana; libro cargado de crinografías y topografías, el lenguaje telegráfico de Cormac McCarthy y su fascinación por la narrativa minimalista hacen de los asesinatos en serie  un mosaico desolador sobre una historia paradigmática en el imaginario norteamericano: el perdido maletín con millones de dólares dentro.

La adaptación del libro que hacen los Coen es impecable, dejan de lado bastantes secuencia narrativas, que si uno las sopesa bien, éstas sobran en la novela. El oficio interpetativo llega a su máxima expresión, pulen la joya del relato de McCarthy y nos ofrecen una película perfecta,  la cual hace evidente la maestría a la que han llegado como lectores de textos literarios. El director y el guionista como interpretes de primer orden de un género que al llegar al cine, casi en todas ocasiones, queda muy mal parado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Uno más de Fran

Puzzle


Francisco Aragón

Hace unos instantes pensé en mi vida como un rompecabezas, la imagen no me desagradó porque poco a poco, creo que por fin, todo va cayendo en su lugar y la imagen de fondo se distingue (me parece que se trata de un ornitorrinco gigante destruyendo Nueva York, aunque pudiera ser también una silla), y me da gusto porque aunque me falta acomodar algunas piezas como la disciplina, la sensatez y la tranquilidad, por ejemplo, ya tengo algunas muy importantes como la familia, la imaginación, y el tiempo, que, como dice la canción, está de mi lado.

Sin embargo, me da pavaroti el pensar que en una de tantas veces que el rompecabezas se me ha caído de la mesa alguna pieza se haya extraviado, que el gato se la haya llevado no sé a dónde, que el pliegue del sofá la haya engullido… y yo me quede sin completar mi vida. De hecho, tengo la ruin sospecha de que ya algo me falta, algo importante, y lo sé porque alguna vez lo tuve, y su vacio está desencajando todo lo que ya está armado.

Qué ganas de devolver este rompecabezas… si pudiera recordar dónde lo compré.

lunes, 29 de marzo de 2010

El edificio "E"


A la salud de la serpiente y de los que fuimos


Alquien preguntó ¿qué era?... Omitiendo el universo, era el santuario y la pocilga, el confesionario y el chiquero, el Ágora y la Academia, las escaleras con semen y las menstruaciones de las Doctoras, el color amarillo de Pacheco y el color verde de Ponce; un debate interminable y una conversación infinita. Álvaro y Santiago, Fernando y el Fabo, Sigmund Freud en capilla Kant  siempre de rodillas; el Hermano Francisco y su comisura darketa; los Licenciados Gallegos y Piña, apóstoles de la Misoginia; Cerdos y Sarnosos. Flor de caña blanco, por favor... y otra de Matusas sin hielo y sin rencor; millón y medio de cigarros después; Aurea y los escalímetros, La Flaca  y La Rosa inalcanzable en su Cairo. 


Alberto antes de ser alberto, los cerdos antes de ser Los Cerdos, diez pesos de “sanguichs” de pan duro; el color negro y las botas de cuero, sobredosis de Sabina y Eliseo Diego: "Solos, a solas, con el ron los dos" , un niño llamado Aleph, el saco de brillos verdes de Martín, un pedazo de concreto como silla, el europeo cazador Hassan y el sol de las cinco de la tarde.


¿Qué era el Edifico E? ¡Carajo!...era la vida entera


Era Edgar hablando de von Rezzori, Juan descubriendo a Oé, elefantes y circos, marejadas de Silvio; Francisco en defenza de Caifanes; "I find you in the morning, after dreams of distant signs. You pour yourself over me, like the sun through the blind". Era cantar a gritos sin alcohol, abrazar,  sentir a Belkin en colores; sin ajedrez y sin baraja, sin anfetamina y mariguana,  una lente a 55 y 400,  con el obturador completamente abierto y ese flash que todavía deslumbra, como  también la eternidad que comenzó ese lunes y el día siguiente nunca tuvo nombre... Ese edificio era el espacio, Nuestro Espacio.

jueves, 11 de marzo de 2010

Los lugares donde he dormido (VI)


Cuarto 137


El número es difícil, complicado, curiosamente lo que esconde no lo es. El cuarto huele siempre a limpio, la atmósfera es de apremio, las cortinas que esconden sus ventanas son de tela gruesa, gabardina y lona café obscuro. Si uno apaga la luz en pleno día queda la penumbra, algo que se agradece cuando el deseo diurno anula las perspectivas y el espacio.

El piso está cubierto con una alfombra que silencia los pasos intranquilos; las paredes tienen un color crema y están extraordinariamente desnudas, sin cuadros y sin fotos, no hay cartas de pasante o imágenes fantásticas; solo hay un espejo incómodo que suele ocultar panópticas escenas que terminan en videos en el Hong Kong de Aldaco o en el Anillo de Circunvalación, por eso uno cubre con la chamarra de mezclilla negra  los espejos de este cuarto.


Cuando entras al 137 la privacidad se vuelve obsesiva, los focos lanzan una luz a media vida, los cuerpos relumbran con fosforescencias, los sudores casi siempre son cristales, pequeños diamantes forjados en el entresijo, en la presión, en la humedad salada.


Minimalista, afortunadamente bello, sin objetos, con excesos, sin letras y si ropa usada y la loción del diario, en el baño apenas un jabón y olor a cloro, dos toallas blancas y agua caliente. El silencio se agradece. Hay una televisión que no sirve de nada. El olor es perfecto, sin cocinas engrasadas ni guisados cotidianos, no existen los sillones ni el librero. No está el polvo de los días acumulado.


Así es el cuarto 137, con lo necesario para soportar el naufragio en el mar de la mediocridad. Quién quiere dormir en esta desierto centenario con 37 lunas y una llave que no abre la puerta de tu casa. Es el único cuarto en donde no he dormido.

martes, 9 de marzo de 2010

Los lugares donde he dormido (V)

Cuarto con polvos de gusano

Norte. Paralelas de madera en el techo, trabes y vigas de roble y pino. El cuarto es de adobe, las paredes tienen un grosor de setenta centímetros. El calor o el frío están afuera, queda aislado en un clima eternamente templado, detenido. Hay en este cuarto una sola ventana, de apenas cuarenta por cincuenta centímetros; los vidrios están opacos, hay humedades hechas polvo en ellos. La atmósfera está llena de humedad, de moho, una oscuridad visible en donde los ojos tienen que acostumbrase a ver las formas. El color es azul en la pared sur donde hay una repisa de madera, un pequeño altar con la imagen de una Virgen y un Sagrado Corazón, además de la foto de una familia sonriente y joven; otros tiempos, no cabe duda.



En el occidente hay una puerta de madera con pequeñas ventanas de treinta por treinta centímetros, está pintada de verde y da entrada a una cocina. En el oriente está el espacio rectangular para una puerta que no está, solo hay una cortina de poliéster con grabados de flores rojas y naranjas. Al Norte de este cuarto enorme hay dos camas metálicas con colchones de borra y franela, el piso es de losetas de cerámica roja y está cubierto por una alfombra verde. Junto a la puerta de madera hay un ropero grande de pino y dos lunas enormes en las puertas que reflejan las colchas de algodón color azul de las camas; detrás del ropero hay una pila de cobijas y cobertores sobre una silla de madera.



Junto a la ventana hay una cajonera color blanco, sobre ella hay unas fotos enmarcadas: una boda, un bebé sonriente, una pareja y una extensión enorme de agua detrás (Chicago, 1942, consigna una caligrafía añeja). Los gusanos se ocultan en el cielo de este cuarto silencioso, a tres metros de altura se les escucha roer la madera de las vigas, dejan agujeros en este universo detenido. En las noches, se oyen trabajar esas fauces pacientes devorando la madera, entonces un fino polvo te cae sobre la cara. Ese detalle estremece al durmiente boca arriba, provoca pesadillas en donde eso muertos presentes te pasan lista, te miran a los ojos y te dicen nada. Solo te señalan con la mirada. En el Norte, muy al norte de este continente, el sol es un cuadro en la pared y la vida es polvos de gusano sobre los párpados.

sábado, 6 de marzo de 2010

Mil Noches

Mi padre era del Norte. A los diesciseis años salió de Saltillo con rumbo a Tabasco para trabajar como maestro rural. Nunca en su vida había visto tanta agua: el Grijalva debió parecer hipnótico, horrendo. Cada vez que podía recordaba esos días como se recuerda la primera vez que se ve el mar. Durante mucho tiempo se dedicó profesionalmente a beber alcohol y gracias a ese detalle, viví  mi infancia escuchando los discos de 33 revoluciones de los Apson Boys y de Tehua, de Nelson Ned y Enrique Guzmán. Indudablemente el pasado, al menos el nuestro, corre a 33 revoluciones por minuto.

Dicen que uno respira tranquilo cuando se olvidan los reproches, cuando se desinflama el tumor de la violencia intrafamiliar y la ausencia de calor. No lo sé. A veces me descubro en las noches recordando esos detalles, que a bien son detestables, pero parecen ubicarme en un contexto donde todo se respira con otros aires, sin alcohol y sin gritos. 

Sueño seguido con él. Un amigo versado en temas de neuroquímica me dice que soñar a un pariente muerto es una forma que tiene el metabolismo de asimilar las sustancias de que están hechas las memorias, bioquímica del sueño.Tal vez todo este teatro tenga que ver con el perdón o con aceptar la presencia de esa sombra que se traga el blanco día: sin embargo esas representaciones, ese tinglado es angustiante, lo confieso, ni en sueños puedo despedirme de él, decirle adiós, aceptar su muerte. En cambio siempre vuelve, con pasos tranquilos abre la puerta de la sala y se sienta en el sillón roído por los gatos y me dice: "andaba de viaje,  ya volví" Entonces salta la conciencia, ahí, donde supuestamente no existe la conciencia, y le digo: "Pero tú estás muerto, te recogimos en la morgue de ese hospital, te incineramos y te pusimos en una urna con detalles dorados y negros, arriba del librero, de ese mira, hasta te hice un  altar con  dos máscaras de jaguar que te cuidan el sueño." 

No lo dejo ir. Será que esas sustancias son tan adictivas que las produzco porque las necesito. No sé, y siempre se me viene  el estribillo, necio, de aquella canción de cantina de Ojo de Agua: "Y pasará una noche y pasarán mil noches, y tú jamás vendrás..."


Y así, al abrir  la realidad, recuerdo el sueño que  mi sobrino me platicó dos días después de incinerarlo. 

Esta toda la familia en una reunión en el rancho de La Jefa en Arandín, los árboles  enteramente verdes, la tierra  café oscuro, el cielo azul metálico. Departimos, celebramos malos chistes, tomamos alcohol, y así, sin más, Marco se despide: bueno señores, pues me retiro, y toma ese camino que atraviesa la huerta rumbo a la Loma. La tarde es luminosa, la subida es difícil para el sobrino que sigue a mi papá por la pendiente, casi al llegar a la cima  se detiene, voltea a ver a Manú y le dice, tranquilo hijo, todo va estar bien. Manú dice que detrás de él está la luz inmensa del atardecer y se pierde en ella.

viernes, 5 de marzo de 2010

Los Arriesgados

Los arriesgados



De los que entran al zoológico sin guía
de los que arrojan su tristeza a las hormigas
de los que bajan asombrados la escalera
y los que bailan bajo el sol sin bloqueador.

De los que suben sin descanso elevadores
 de los que prueban los licores sediciosos
 de los que saltan en esferas sin licencia
y los que se aman sin condones en las noches .

 De los que arrojan todo en esta vida
 y  muerden sin prejuicios a las piedras,
 de los que arriegan vida a esta muerte
y apuestan inseguros a ganar

de los que abren los frijoles con las manos
de los que miran sin miedo a los payasos
de los que han despistado a su memoria
 y se  curan las heridas con piedritas.

De los que escapan sin maletas en las manos
a los que encienden la hogueras con la lupa
de los que esperan para huir a media noche
a los que con preguntas se castigan sin medida

Sobre todo de aquellos
que creen que arriesgan todo
y aun siguen soñando


Martín Gallegos

lunes, 1 de marzo de 2010

Y cuando piensa en acercarse...


Las "Crónicas de indicavía" nacieron hace 20 años. Una buena tarde los compañeros universitarios, todos entrañables, decidieron abonar los terrenos de la non-fiction y la lección de Ende: escribirnos no a nosotros sino a los otros: a los inventados, a los anhelantes y callados, a ese que camina en sueños dirunos. Y así comenzamos a escribir cartas. Nuestro Avatar, el anhelo personificado, la necesaria metáfora y la incómoda prosopopeya, comenzó a formarse en entredichos, rumores y una increible gana de escribir por escribir; a más de uno le dio por la épica y otros por la epopeya, lo más eran prosaicos. Yo solo quería que alguien me escribiera una carta de amor, nuca había recibido una, así que mande muchas, demasiadas diría yo, en meses nos inundamos de correspondencias, a bien no recuerdo ya los Avatares, recuerdo el mío: Charles Burroghs, un pirata del día de antes, demasiado solo, demasiado hambriento. Aquí rescato un relato de aquellos años, uno de los tanto textos que nació de aquellas travesías entrañablemente nuestras.


                                       Crónicas del Blackbird


                                        I.- La perla


Poco a poco el sopor le va doblegando la tersura de los párpados. Sus brazos se aflojan como las serpientes marinas en tierra firme. El aroma del durazno maduro acaricia el lomo del océano y se trepa por el casco del viejo barco, se filtra por sus claraboyas, por el cordaje, por las grietas de la madera. Las velas se hinchan como sábanas tendidas al sol. A toda la tripulación le envuelve la claridad de un sueño sin sobresaltos, la promesa de un descanso sin naufragios ni abordajes.


Charles Burroghs se aferra a la perla negra, la empuña y siente su calor: idéntico a la mirada de ella. Es lo único que lo sostiene en este vacío de humedades. El candor de la piedra le recuerda la promesa de volver a ver su rostro, de verse nuevamente en sus espejos. El beato Angélico, natural de Antioquía, fue preciso: “Mientras más anheles la consistencia de su sombra, la ausencia se convertirá en un sueño plácido.”


El mar ondula como una sinfonía de agua quieta, los alisios cantan al hinchar las velas, los cirros-estratos parecen pentagramas y los cúmulos-nimbos anuncian una tormenta con relámpagos que acarician las entrañas y solapan a los simulacros.


El barco duerme un sueño apacible, como de tierra firme. Los Armatostes dibujan en el éter los contornos delicados de un rostro que nada sabe de los maremotos y las emboscadas. El cuerpo del Capitán se ausenta poco a poco, se escapa, flota en el ensueño. Se aferra a la perla negra como a una tabla de náufrago. Se hunde y, por primera vez, su corazón late tranquilo.


“Lo único que te mantiene navegando— le dijo el beato Angélico— es la promesa de que al despertar la vena del aire te refresque el rostro y una mirada de agua te de la bienvenida. Entonces tu travesía ya no tendrá sentido.”


La promesa del sueño es la bendición de un despertar tranquilo, y el Capitán, ya con los ojos cerrados, logra hilvanar algunos pensamientos: “No va más... el mar se precipita en cataratas... si es la muerte, tenía que ser cuando pensaba en ella.”

lunes, 8 de febrero de 2010

La vocación supendida (Parece que fue ayer...)


Primera sesión

El indio, nos dice el profesor, es una novela descriptiva escrita por Gregorio López y Fuentes, hombre que cultivó simpatía por los hombres primitivos y el salvajismo. Cuando era joven, cuenta, en la selva chiapaneca, unos gambusinos guatemaltecos le rompieron las piernas después de haberlo torturado. Las causas del suplicio se desconocen, pero desde esa eventualidad el autor se comparó reiteradamente con Cuauhtémoc. Pasado el trago amargo de tales analogías, sucesivamente, durante el periodo revolucionario, fue maderista, villista, constitucionalista, obregonista y callista. No fue un escritor sensacionalista, afirma el profesor, sin embargo habrá que decir que fue un muchacho fuerte a pesar de las contingencias de la guerra y de los ardores políticos. Fue autodidacta e universitario, diputado y orador. En sus ratos libres, reitera el profesor, cazaba venados, leía poesía y escribía novelas de difícil lectura. Se dice que su prosa es tediosa. Su biografía, escrita por un apócrifo, demuestra claramente, dice el profesor, como el quehacer político trunca radicalmente los hábitos literarios y los anhelos filosóficos. Esta afirmación es dudosa y ejemplos posteriores la desmienten, al parecer en el México posrevolucionario era condición esencial para la formación de un escritor ser político. Al final de la sesión el doctor nos dice que López y Fuentes murió viendo un atardecer.

Segunda Sesión

El doctor afirma que José Revueltas escribió Los Errores utilizando las técnicas narrativas del realismo dialéctico, otros, dice, comprueban que aplicó con mucha fortuna la estética del realismo socialista, la cual aprendió por su lejanía con Adolfo Sánchez Vázquez, sin embargo el mismo Revueltas afirmaba que era realismo a secas, en oposición a las modas literarias tan dadas en aquellos años por endilgarle a la realidad fantasías que enajenan a las personas. Para entender la obra de Revueltas, nos dice el doctor, es necesario ir a la calle de Manzanares para ver a las putas caminar en círculos bajó las luces navideñas.

Tercera Sesión

El escritor colombiano Andrés Caicedo fue un convencido escritor heterosexual, después, afirma el Doctor, se volvió un escritor homosexual por puro afán experimental y, gracias a un infame chantaje perpetrado por su concubina, se convirtió en un escritor pedófilo. Caicedo, nos dice el Doctor, en su juventud experimenta una revelación que le modifica la existencia: descubre que en los barrios bajos de Cali se toca la música de salsa. Desde esos días Caicedo se convierte en un ser humano de excesos, de ahí el título de su primera novela ¡ Qué viva la música! en donde la protagonista es una adolescente burguesa de excesos y depravaciones.Es el perfecto alter ego del colombiano, afrima el Doctor. Hay que perderse para encontrase y el maestro afirma que en vacaciones se encontró con esta novela y se la “chutó” de “un jalón”. Después de una descripción gráfica de los excesos de Caicedo el Doctor nos habla de Enrique Gómez Carrillo, dandy mexicano cuya máxima aventura erótica fue haber delatado a la Mata Hari a los servicios de inteligencia alemanes. Amigo de Óscar Wilde es el primer mexicano en publicar guías turísticas de las mejores ciudades europeas, afirma el profesor. Alguien le pregunta que qué relación existe entre Caicedo y la Mata Hari y el doctor argumenta que la heroina de Caicedo, María del Carmen Huerta y los ardores de la espia son idénticos y que si queremos, en otra sesión podrá darnos evidencias de ello. Para terminar la clase, el Doctor nos recuerda que las humedades en un texto literario siempre, y lo reitera tres veces, recordarán el universo de lo femenino.

Cuarta Sesión

Al iniciar la sesión el maestro nos reclama nuestra crueldad y nuestro desdén para con la literatura. A los libros, dice el profesor, hay que amarlos, el comentario que se hace de un texto, dice, es reproducción fiel de nuestra vida, de nuestra realidad interna; si la interpretación de un poema es nihilista es porque el interpretante es un nihilistas, si es ridícula, enfatiza el maestro, es porque el exégeta es ridículo. Después de la aclaración el profesor nos explica por qué Parmédines García Saldaña era “mariguano” y nos cuenta que una noche, hace mucho tiempo, en el barrio de la Candelaria de los Patos, se emborrachó con el escritor, el cual le confesó que se sentía muy angustiado después de que una noche había visto a una prostituta sentada en una silla, con las piernas abiertas, exponiendo su vagina en plena calle a todo aquel que quisiera mirarla. Visión fundacional, recita el doctor, arquetipo universal, que quieran o no irrumpe en todos los tiempos y en todas las épocas: las putas están en todo lugar y en toda literatura, desde Baudelaire hasta Sade, desde la Bovary hasta Santa, desde la que estaba en las rodillas de Rimbaud hasta las ninfómanas de Bataille, aquella del rubor helado y la del altar de Manuel Acuña; en fin tantas y tantas putas, enumera emocionado el profesor. Las hetairas, concluye, gestaron entre sus piernas la buena literatura, la que nace caliente, la efectiva. Dos compañeros secundan emocionados la afirmación del profesor diciendo que sería un excelente tema para un trabajo de investigación.

Quinta Sesión

La buena crítica literaria, dice el profesor, debe llegar al profundo saber universal de todas las cosas, o en su defecto, de todos los textos.

Sexta Sesión

Hoy el profesor nos hace escribir un análisis crítico de un texto que no tiene autor, título ni información en la cuarta de forros ni en la solapa, no hay fecha de publicación, ni derechos de autor; nos dice que tenemos que inferir del estilo y las marcas textuales el origen, la época y el autor del texto, debido a que nosotros, con nuestra experiencia y nuestro saber enciclopédico (somos estudiantes de posgrado) debemos, con facilidad, ubicar y periodizar cualquier texto con solo leerlo. Transcribo el primer párrafo de la obra apócrifa:

Y entonces me encontré en el camino más oscuro de mi vida, a media distancia entre los de allá y los de acá, pensando en si los climas hiperbóreos me harán la piel mas gruesa y menos burguesa, pues es sabido que la carne hace mal al hígado y eso ofende sobremanera la conspicua determinación de las lúbricas púberes: ellas siempre se han movido por caminos misteriosos, reza la oración que ahora rezo, pues uno nunca sabe qué depara la aventura cuando se deja la casa y el sillón y se dobla la esquina en ese mar que comienza al mediodía...”

Algunos compañeros sospecharon que el texto era de la autoría del doctor, está igualito a como habla en clase, dijo una compañera, además de que el texto es demasiado misógino. Al final del ejercicio el profesor nos regañó, pues era imposible que no reconociéramos los rasgos estilísticos y estructurales de una obra maestra. Un compañero le pidió de favor nos dijera cómo se llamaba el autor de “parágrafo misterioso” a lo cual doctor dijo, no, se los digo después, ahora estoy espantado de la dimensión de su ignorancia.




lunes, 1 de febrero de 2010

El Lunático


Cuando los escritores hablan

Arthur Krystal

Hablando de cenas, cuando el naturalista alemán Alexander von Humboldt le dijo a un amigo, un doctor parisiense, que quería conocer a un verdadero lunático, éste lo invitó a cenar. Días después, Humboldt se encontraba ante la mesa entre dos hombres. Uno era cortés, algo reservado y no entraba en conversaciones ligeras. El otro vestía ropa pobremente combinada, parloteaba a sus anchas acerca de cualquier pendejada, gesticulaba salvajemente, hacía caras horribles. Al final de la cena, Humboldt se dirigió a su anfitrión. “Me gusta su lunático”, le susurró señalando al hombre parlanchín. El anfitrión frunció el ceño. “Pero el lunático es el otro; el hombre que usted está señalando es monsieur Honoré de Balzac".

publicado en El Malpensante, Noviembre del 2009

miércoles, 13 de enero de 2010

Y te llama por tu propio nombre


Wendigo


Algernon Blackwood fue un miembro tardío de la irónicamente famosa cofradía Golden Dawn dedicada a estudios ocultistas a principios del siglo XX, pero más importante que esto sin duda es que fue el autor de algunos maravillosos cuentos de terror con los cuales yo dulcemente me torturaba en la adolescencia. En especial "El Wendigo" instaló en mi mente imágenes (poéticas realmente, porque también lo tremendo y espantoso puede ser sublime) de las cuales aún no me he podido desembarazar y que vuelven a mí cada vez que pienso en el bosque, la montaña, o los lugares naturales en los que el hombre simplemente se pierde en la consciencia de su insignificancia.
En la inmensidad de los bosques canadienses un grupo de hombres se encuentran cara a cara con un ser primordial, el Wendigo, monstruo de las leyendas ancestrales, que no debería existir en el mismo mundo que los seres humanos. El Wendigo no es otra cosa, dice un personaje del cuento, sino simplemente la personificación de la Llamada de la Selva "que algunos individuos escuchan para precipitarse hacia su propia destrucción". Yo me aterro al pensar en la naturaleza de lo que ahora me guía contra mi voluntad y contra mi conveniencia hacia lo que sé que será; esa llamada acaricia mi necesidad y me tensa dolorosamente los tendones, porque, como afirma dicho personaje sobre el ominoso llamado de la selva: "cuando lo oyes, no hay posibilidad de que te equivoques. Te llama por tu propio nombre"
                            
Texto de Francisco Aragón (1973-2008)

Bacho crónico. Corrección prosódica

Está dormido, respira fuerte. Sus compañeros se ríen, lo observo y digo, de seguro su compañero se levantó temprano para ir a trabajar. Un...