Las "Crónicas de indicavía" nacieron hace 20 años. Una buena tarde los compañeros universitarios, todos entrañables, decidieron abonar los terrenos de la non-fiction y la lección de Ende: escribirnos no a nosotros sino a los otros: a los inventados, a los anhelantes y callados, a ese que camina en sueños dirunos. Y así comenzamos a escribir cartas. Nuestro Avatar, el anhelo personificado, la necesaria metáfora y la incómoda prosopopeya, comenzó a formarse en entredichos, rumores y una increible gana de escribir por escribir; a más de uno le dio por la épica y otros por la epopeya, lo más eran prosaicos. Yo solo quería que alguien me escribiera una carta de amor, nuca había recibido una, así que mande muchas, demasiadas diría yo, en meses nos inundamos de correspondencias, a bien no recuerdo ya los Avatares, recuerdo el mío: Charles Burroghs, un pirata del día de antes, demasiado solo, demasiado hambriento. Aquí rescato un relato de aquellos años, uno de los tanto textos que nació de aquellas travesías entrañablemente nuestras.
Crónicas del Blackbird
I.- La perla
Poco a poco el sopor le va doblegando la tersura de los párpados. Sus brazos se aflojan como las serpientes marinas en tierra firme. El aroma del durazno maduro acaricia el lomo del océano y se trepa por el casco del viejo barco, se filtra por sus claraboyas, por el cordaje, por las grietas de la madera. Las velas se hinchan como sábanas tendidas al sol. A toda la tripulación le envuelve la claridad de un sueño sin sobresaltos, la promesa de un descanso sin naufragios ni abordajes.
Charles Burroghs se aferra a la perla negra, la empuña y siente su calor: idéntico a la mirada de ella. Es lo único que lo sostiene en este vacío de humedades. El candor de la piedra le recuerda la promesa de volver a ver su rostro, de verse nuevamente en sus espejos. El beato Angélico, natural de Antioquía, fue preciso: “Mientras más anheles la consistencia de su sombra, la ausencia se convertirá en un sueño plácido.”
El mar ondula como una sinfonía de agua quieta, los alisios cantan al hinchar las velas, los cirros-estratos parecen pentagramas y los cúmulos-nimbos anuncian una tormenta con relámpagos que acarician las entrañas y solapan a los simulacros.
El barco duerme un sueño apacible, como de tierra firme. Los Armatostes dibujan en el éter los contornos delicados de un rostro que nada sabe de los maremotos y las emboscadas. El cuerpo del Capitán se ausenta poco a poco, se escapa, flota en el ensueño. Se aferra a la perla negra como a una tabla de náufrago. Se hunde y, por primera vez, su corazón late tranquilo.
“Lo único que te mantiene navegando— le dijo el beato Angélico— es la promesa de que al despertar la vena del aire te refresque el rostro y una mirada de agua te de la bienvenida. Entonces tu travesía ya no tendrá sentido.”
La promesa del sueño es la bendición de un despertar tranquilo, y el Capitán, ya con los ojos cerrados, logra hilvanar algunos pensamientos: “No va más... el mar se precipita en cataratas... si es la muerte, tenía que ser cuando pensaba en ella.”
en más de una ocasión he sentido la necesidad de escribir desde aquel personaje, desde esa otra yo.
ResponderEliminarpara mí, la carta de amor se quedará en los anhelos guardados dentro de un baúl; pero en contraparte, recibí algunos misterios y secretos desde la pluma de los otros habitantes de aquel mundo.