sábado, 6 de marzo de 2010

Mil Noches

Mi padre era del Norte. A los diesciseis años salió de Saltillo con rumbo a Tabasco para trabajar como maestro rural. Nunca en su vida había visto tanta agua: el Grijalva debió parecer hipnótico, horrendo. Cada vez que podía recordaba esos días como se recuerda la primera vez que se ve el mar. Durante mucho tiempo se dedicó profesionalmente a beber alcohol y gracias a ese detalle, viví  mi infancia escuchando los discos de 33 revoluciones de los Apson Boys y de Tehua, de Nelson Ned y Enrique Guzmán. Indudablemente el pasado, al menos el nuestro, corre a 33 revoluciones por minuto.

Dicen que uno respira tranquilo cuando se olvidan los reproches, cuando se desinflama el tumor de la violencia intrafamiliar y la ausencia de calor. No lo sé. A veces me descubro en las noches recordando esos detalles, que a bien son detestables, pero parecen ubicarme en un contexto donde todo se respira con otros aires, sin alcohol y sin gritos. 

Sueño seguido con él. Un amigo versado en temas de neuroquímica me dice que soñar a un pariente muerto es una forma que tiene el metabolismo de asimilar las sustancias de que están hechas las memorias, bioquímica del sueño.Tal vez todo este teatro tenga que ver con el perdón o con aceptar la presencia de esa sombra que se traga el blanco día: sin embargo esas representaciones, ese tinglado es angustiante, lo confieso, ni en sueños puedo despedirme de él, decirle adiós, aceptar su muerte. En cambio siempre vuelve, con pasos tranquilos abre la puerta de la sala y se sienta en el sillón roído por los gatos y me dice: "andaba de viaje,  ya volví" Entonces salta la conciencia, ahí, donde supuestamente no existe la conciencia, y le digo: "Pero tú estás muerto, te recogimos en la morgue de ese hospital, te incineramos y te pusimos en una urna con detalles dorados y negros, arriba del librero, de ese mira, hasta te hice un  altar con  dos máscaras de jaguar que te cuidan el sueño." 

No lo dejo ir. Será que esas sustancias son tan adictivas que las produzco porque las necesito. No sé, y siempre se me viene  el estribillo, necio, de aquella canción de cantina de Ojo de Agua: "Y pasará una noche y pasarán mil noches, y tú jamás vendrás..."


Y así, al abrir  la realidad, recuerdo el sueño que  mi sobrino me platicó dos días después de incinerarlo. 

Esta toda la familia en una reunión en el rancho de La Jefa en Arandín, los árboles  enteramente verdes, la tierra  café oscuro, el cielo azul metálico. Departimos, celebramos malos chistes, tomamos alcohol, y así, sin más, Marco se despide: bueno señores, pues me retiro, y toma ese camino que atraviesa la huerta rumbo a la Loma. La tarde es luminosa, la subida es difícil para el sobrino que sigue a mi papá por la pendiente, casi al llegar a la cima  se detiene, voltea a ver a Manú y le dice, tranquilo hijo, todo va estar bien. Manú dice que detrás de él está la luz inmensa del atardecer y se pierde en ella.

1 comentario:

  1. es imposible dejar ir a algunos, se quedan impregnados en la piel y no importa cuánto tallemos, seguirán ahí.

    la horfandad no me sienta bien...

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