Muchos años antes de ser un cuarto este espacio fue un establo. En la pared opuesta a la entrada estaba el comedero, se nota porque el “diseñador” que adaptó este lugar tenía poca habilidad para el arte del resane y el aplanado de muros, por eso se nota un emplasto en la pared a una altura de 50 centímetros donde seguramente los caballos, que eran 17 criollos y un pura sangre viejo y dos burros trabajados en la explotación del acarreo de colchones viejos, comían el forraje y tomaban el agua. El terreno de esta pensión albergó medio siglo atrás las caballerizas de un general muy violento e intransigente que se hizo de los terrenos al matar a todos los ejidatarios y reclamar las tierras como baldías al gobierno federal.
Ahora esas tierras baldías albergan a 57 estudiantes: 49 hombres y 8 mujeres; todos rentan un cuarto de 4 por 4 en donde cabe una cama de fierro PTR de 6 milímetros de tamaño individual, un colchón de hule espuma, una pequeña mesa y una cajonera. El piso de los cuartos es de cemento de concreto pulido y se comparte un baño diminuto con una taza color rosa, un lavamanos azul, decorado con retazos de azulejos de diferentes colores y diseños: el maestro albañil que hizo los trabajos en este baño, hay que mencionarlo, realizó un trabajo loable, las piezas de ese “puzle” de retazos sobrantes son de diferentes medidas y colores y la noción de proporción del espacio y del color es loable.
El cuarto en cuestión tiene un techo de lámina de asbesto y hojalata, lo sostienen trabes de madera de dos pulgadas, hay una ventana de dos metros de largo por 37 centímetros de ancho, no tiene manijas y las bisagras de metal están oxidadas y herrumbrosas, por lo tanto, cuando la puerta de metal está cerrada el calor se acumula y se vuelve insoportable. Hay también un librero largo de bambú con ocho espacios rectangulares en donde se amontonan libros de tamaños diferentes, una botella de Ron Matusalem vacía, un cenicero con monedas, una tira de profilácticos sin marca, dos cajetillas de cigarros y un encendedor metálico con la figura grabada de una mujer con el pelo largo y el seno descubierto.
En el piso del cuarto hay una alfombra de color café claro o amarillo oscuro. Hay dos camas de metal. Una usada y la otra no. Cuando llueve el tronar de las gotas se duplica y es muy difícil conversar. También hay una mesa de madera sin pintar, sobre ella hay una lámpara de metal con base circular color negro, tres cuadernos, un vaso de cristal en donde hay siete plumas de diferente tinta; también hay tarjetas con datos bibliográficos, citas textuales, y paráfrasis apresuradas sobre definiciones narratológicas.
El cuarto huele a tabaco, sudor y humedad: una combinación elemental de vida con distancias largas, puertos lejanos y ventanas abiertas. El espacio es oscuro y un foco de 40 wats cuelga de la trabe central. Sobre la pared norte de este cuarto se han escrito con marcadores de diferentes manos una considerable cantidad de frases, versos, aforismos, ruegos, milagros y pedimentos a instancias sobrenaturales. También hay una mujer de largos brazos y senos puntiagudos en cuyo vientre hay un laberinto surcado por un caracol, en las manos tiene una clepsidra y de su cabeza brota una paloma, su rostro está sesgado a la derecha y de su boca brotan esferas donde se han escrito fórmulas matemáticas. Hay otros trazos por esa pared: “el ave canora que remonta el vuelo”, “la muerte que vendrá y tendrá tus ojos”, “La colonia que se desciende con los ojos cerrados, en una entrega total de todo el ser, a sepulcro abierto.”
Sobre las láminas de este cuarto está el cielo, un cielo diminuto y agujero gigantesco.