Lejana al juego y al placer del laudatorio, la contemplación de lo que fue se vuelve la descripción del desastre: “Me gustan los hombres viejos/ que arriesgan el infarto en cada advenimiento” Lo que parecerá desde el inicio un homenaje, se convierte, arropada en un ligero tono de ternura y condescendencia, en una brutal enumeración de la debacle. El grito, la feroz crítica, la carcajada que antes fue un reclamo, se codifica, en unos cuantos versos, como la imagen de un Zeus viril venido a menos; en un remedo, una caricatura que arriesga, en un ejercicio recordatorio por reverdecer las fuerzas del poder sexua,l la vida entera. Por eso la carcajada, por eso la condescendencia de esta voz lírica. Hay una suerte de tono satírico, sumamente irónico: “Ah, qué encanto en sus carnes macilentas” dice, el elogio del desastre solo magnifica las razones de la decadencia.
La hiperbolización de la derrota del misógino motiva una reflexión sobre la carne, el trofeo más preciado de un hombre que se jacta de ser potente y eróticamente invencible, en estos “suaves” versos queda reducido a las carnes que se exhiben en los desagües de los rastros o de los mercados. Esas carnes apestan. Esta degradación oculta por un supuesto tono juguetón de la voz lírica no puede ser más aplastante: “Elefantes, vacas profanas, / con una almeja rodeando el paladar” El campo semántico es brutal: la lentitud, la pesantez, la gordura, la carne dura y costrosa, las moscas rondando por los cuerpos llenos de gusanos. El aliento solo recuerda una boca sin dientes, una boca que ya no mastica nada y que deja la mordida para los placeres de la memoria. A estas alturas ni de la comida se disfruta. A esto quedan reducidas las murallas del vigor masculino, del enfermizo paradigma del caballero andante, del homo faber, del hombre-divinidad y el hombre-toro: el eterno violador olímpico.
En su aparente sencillez el poema es un inteligente ajuste de cuentas, una acertada reflexión acerca de lo masculino, ese continente ensimismado en sus propios complejos de superioridad. El poema remata: “Han perdido casi todo” y eso que no se ha perdido es apenas nada, sino es que nada ya a estas alturas: el orgullo, ese genio y figura hasta la sepultura, “felíz colofón” para el patriarca bíblico, para ese Matusalem que todos los hombres llevamos dentro, el creador de gestas y el escultor de destinos, el acuñador de leyes y el semental indómito.
Con el mismo lenguaje y las mismas palabras, con los mismos recursos retóricos; con ese mismo discurso se codifica el poema, un poema sencillo y corto, pues lo que se crítica no merece más palabras que las dichas.
La hiperbolización de la derrota del misógino motiva una reflexión sobre la carne, el trofeo más preciado de un hombre que se jacta de ser potente y eróticamente invencible, en estos “suaves” versos queda reducido a las carnes que se exhiben en los desagües de los rastros o de los mercados. Esas carnes apestan. Esta degradación oculta por un supuesto tono juguetón de la voz lírica no puede ser más aplastante: “Elefantes, vacas profanas, / con una almeja rodeando el paladar” El campo semántico es brutal: la lentitud, la pesantez, la gordura, la carne dura y costrosa, las moscas rondando por los cuerpos llenos de gusanos. El aliento solo recuerda una boca sin dientes, una boca que ya no mastica nada y que deja la mordida para los placeres de la memoria. A estas alturas ni de la comida se disfruta. A esto quedan reducidas las murallas del vigor masculino, del enfermizo paradigma del caballero andante, del homo faber, del hombre-divinidad y el hombre-toro: el eterno violador olímpico.
En su aparente sencillez el poema es un inteligente ajuste de cuentas, una acertada reflexión acerca de lo masculino, ese continente ensimismado en sus propios complejos de superioridad. El poema remata: “Han perdido casi todo” y eso que no se ha perdido es apenas nada, sino es que nada ya a estas alturas: el orgullo, ese genio y figura hasta la sepultura, “felíz colofón” para el patriarca bíblico, para ese Matusalem que todos los hombres llevamos dentro, el creador de gestas y el escultor de destinos, el acuñador de leyes y el semental indómito.
Con el mismo lenguaje y las mismas palabras, con los mismos recursos retóricos; con ese mismo discurso se codifica el poema, un poema sencillo y corto, pues lo que se crítica no merece más palabras que las dichas.
Invariablemente a esos se reducen los Michoacan Lovers y toda la serie de repartidores de semilla.
ResponderEliminarA pasar sus noches con una botella de añejo los reyes, un ventilador y una caja de cigarros añorando lo que nunca se hizo y lass minas de oro en las costas del Sur.
O a eso se puede reducir el inatrapable enamorador de sirvientas y zapateras, al mismo que las navajas de los vagales no han podido bajar de la cima del Mercado... a eso se puede llegar
O que decir de los eternos putañeros que vendian las joyas de mamá para ir a enamorar mujeres en los botaneros, era una medalla llegar a casa oliendo a ese perfume barato lleno de feromonas y chicle de menta