Todo el mundo sabe que el barco se esta hundiendo pero “preferimos” no darnos cuenta de ello. Fue hasta la ausencia de movilidad de Bartleby que la negación de la apariencia se disloca, el fin de la humanidad y el gran miedo platónico consiste en que esas apariencias dominen el terreno de lo real. No es casual que se pida asesinen a los imitadores y a los farsantes, al chistoso y al bufón; pues de no hacerlo, se está dando criterio de verdad a la oscuridad de la sala del Teatro, del gran teatro del mundo.
Todo mundo sabe que la pelea está arreglada y que estás sufriendo en tu Calvario, y la reiteración de los violines y de la voz hacen de las frases una enumeración de la lógica de la simulación, y esa enumeración, necesariamente concisa, está el orden cotidiano, el desorden planetario. Pero somos legión, inmensa por cierto. Las apariencias engañan dicen, en realidad las apariencias son ingenuas, lo que destroza todo rastro de racionalidad es creer que eso que es necesariamente simulación “es necesariamente lo verdadero" y lo consideremos por solo hecho de que necesitamos “creer” que eso es verdad. En realidad ésta es la base del discurso posmoderno, sabemos que nada tiene sentido pero “actuamos” como si todo tuviera sentido, es la lógica de la simulación, de la cuarta pared, de la frontera escénica: lo real y lo ficcional en un mismo escenario: sabemos que el universo de lo fantástico es una quimera pero me gusta creer en ello: everybody knows, repite la voz y no hay forma de contradecirla.