miércoles, 23 de marzo de 2011

La biblioteca de mis sueños

Francisco Aragón 
9/01/2008 
Es sabido que una de las bibliotecas personales más grandes e importantes de América es la que reunió José Luis Martínez (1918-2007) en su propia casa en la Ciudad de México. Crítico e historiador de la cultura mexicana (ÉL estudioso de literatura mexicana por antonomasia), ha dejado, al morir, una duda sobre el destino de su impresionante biblioteca; por supuesto cada institución medianamente relacionada con la cultura ha estirado la mano para decir “yo”, según algunos comentarios tal vez las más aventajadas sean la Sociedad Mexicana de Escritores, la Academia de la Lengua, o la propia UNAM, e incluso se corre el escalofriante rumor de que su sarcófago, construido ex profeso, sea la deforme y enferma macro biblioteca José Vasconcelos. Sólo espero que sea posible la voluntad del difunto de conservar el total del acervo unido y no repartirlo en varios lugares, lo cual sería lo más lamentable salvo que suceda lo que está tan de moda últimamente y la dicha biblioteca termine en alguna universidad estadounidense.
Sólo una vez pude conversar con José Luis Martínez, fui a visitarlo a su casa con el fin de solicitarle la autorización para publicar un antiguo trabajo suyo en una nueva antología sobre Nervo; en esa ocasión me recibió en su despacho y a pesar de sus 82 años fue muy amable y trató de interesarse por mi conversación, sin embargo era evidente para los dos que el trámite debía concluirse rápidamente, así que apenas hablamos de Nervo, un segundo sobre Tario (de quien fue amigo personal y primero en reconocer su talento) un poco más sobre sus bellos gatos, y abusando de mi suerte le pedí me dedicara su libro más clásico Literatura mexicana siglo XX 1910-1949, en una reedición de la cual al parecer él no tenía conocimiento.
Además de la amabilidad del sabio viejecillo, recuerdo que me impresionó mucho aquella habitación, las paredes tapizadas de libros, incluso hasta una puerta al fondo que al cerrarla era una estantería más y al abrirse me dejaba imaginar pasadizos de libros que daban a habitaciones de libros y salas con una flora interna de volúmenes encuadernados que colmaban cada posible ángulo de la casa.
El breve encuentro terminó y salí de allí todavía un poco mareado por mis imaginaciones, noté entonces que los muros externos de la casa estaban completamente cubiertos por enredaderas y volví a pensar en los libros apoderándose del espacio vital por dentro, mientras por fuera las plantas recobraban de alguna forma la casa para la naturaleza.
¡Ay mi pasado ecosistema nerviano!, con su jungla de trabajos, con sus presas y sus depredadores, alguna gema extraje (si bien no la que quería) de los turbulentos ríos de aquellos días.

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